De todos los conceptos creados desde la
positividad de la economía neoliberal, el concepto de crecimiento
económico como base del desarrollo social es, de hecho, uno de los que
más connotaciones simbólicas y políticas posee. Es un concepto hecho a
la medida de las ilusiones y utopías del neoliberalismo y del
capitalismo tardío. Con la misma fuerza que el creyente cree en la
epifanía de la voluntad divina, el economista neoliberal, cree en las
atribuciones y virtudes mágicas que tiene el crecimiento económico. Es
una especie de doximancia en la que la sola enunciación del crecimiento
económico se convertiría en taumaturgo de la realidad.
Esta noción del crecimiento económico recupera las
necesidades políticas del neoliberalismo, y, para legitimarse, apela al
concepto decimonónico e iluminista del “progreso”. En efecto, desde
esta perspectiva el crecimiento económico sería otro símbolo de progreso
y éste, por definición, no admite discusiones. De esta manera, el
neoliberalismo pretende tejer una solución de continuidad histórica con
el iluminismo y con las promesas emancipatorias de la modernidad. En la
simbólica moderna, toda persona, o todo pueblo, al menos teóricamente,
quiere progresar, quiere “salir adelante”; quiere “superarse”. Para el
neoliberalismo, poner trabas al progreso es ser retardatario. Poner
trabas al crecimiento es una aberración de los pueblos “atrasados” que,
de forma imperativa, deben modernizarse. Oponerse al desarrollo, por
tanto, es antihistórico. Estar en contra del crecimiento económico es
síntoma y signo de oposición al cambio.
Pero el crecimiento económico, vale decir el
desarrollo, por antonomasia es obra de los mercados y, a su vez, de las
empresas privadas. La empresa privada (y en su forma más moderna: la
corporación), gracias al discurso neoliberal del crecimiento económico
se creen portadoras de una misión de trascendencia histórica: asegurar
el cumplimiento de una de las promesas más caras de la modernidad
capitalista: el progreso económico en condiciones de libertad
individual.
En esta noción de crecimiento y desarrollo
económico el discurso neoliberal crea un fetiche al cual rinde
tributos, oraciones, y penitencias. El crecimiento económico, según la
doctrina neoliberal, resolverá por sí solo los problemas de la pobreza,
iniquidad, desempleo, falta de oportunidades, inversión, contaminación y
degradación ecológica, etc.
El crecimiento económico se convierte en la
parusía del capital. En el horizonte utópico hacia el cual
necesariamente hay que llegar, a condición de que, obviamente, se dejen
libres los mercados y que el Estado respete las reglas de juego del
sector privado. En la teología del neoliberalismo, la parusía del
crecimiento económico solo puede provenir de la mano invisible de los
mercados. Gracias a esta noción de crecimiento económico, el
neoliberalismo puede deconstruir aquellos modelos económicos y sociales
que comprendían la intervención del Estado; y posicionar su proyecto
político como un modelo de crecimiento por la vía de los mercados. El
crecimiento económico, en las coordenadas teóricas y políticas del
neoliberalismo, permite desarmar aquellas nociones de planificación
social, de bienes públicos y solidaridades colectivas que formaron parte
del debate político latinoamericano y mundial, antes de la “larga noche
neoliberal”.
Ahora bien, la teoría del crecimiento económico
por la vía de los mercados y como base del desarrollo, es una invención
reciente. Su formulación como parte de las teorías del desarrollo y su
reformulación como propuesta de mercados libres y competitivos como
único espacio histórico posible del desarrollo económico, está
relacionada con la contrarrevolución monetarista de Friedman y de la
Escuela de Chicago, producida en los años cincuenta y sesenta del siglo
pasado.
En realidad, el crecimiento como dispositivo
conceptual del desarrollo neoliberal, es un argumento vacío. En efecto,
el crecimiento económico, strictu sensu, no existe. Lo que existe es la
acumulación del capital, y el capital no es ni una cosa ni un conjunto
de objetos, es una relación social mediada por la explotación y la
reificación.
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